Poemas de Ruptura de voz (Lom glasu, 2015, de Simona Kopinšek
Ruptura de voz es un libro de poemas sutil y valiente, único en el panorama de la literatura eslovena actual, ya que geográficamente se ubica en el este esloveno, en Haloze, una de las partes económicamente menos desarrolladas de Eslovenia y donde que transcurre la niñez del sujeto lírico, experimentando la violencia doméstica a causa del alcohol. Pero la poesía de la autora transciende este trauma personal en búsqueda de un lenguaje poético más universal, creando una brecha, una ruptura, cuya expresión requiere tanto una valentía personal como una inusual destreza con la que vierte su pluma poética. Según la crítica literaria, la poesía de Kopinšek es una de las voces más potentes de la poesía eslovena reciente.
La lección
Alienos agros irrigas tuis sitientibus.
Riegas campos ajenos y los tuyos sedientos son.
Mis maestros son personas que ordenan. Mis maestros fueron humillados. Ahora son ellos los que humillan. Mis maestros matan las moscas con un atrapamoscas en la mano. No lloran cuando se tambalean. Maldicen en voz baja y tan solo cuando excrementan, pensando en mí, quien he visto un reflejo de su marco. Agitan su orgullo al igual que John Wayne su lazo y llevan gafas de sol con una perla de plástico encima de la nariz. Se levantan a la misma hora. Se alimentan de mordiscos de evidencia. No se atreven a decir que follar con el vecino en la misma cama está sobrestimado. Que el marido duerme sólo y la mujer con un perro junto a sus pies. Mis maestros aman a sus amantes y en la escuela enseñan sobre la fidelidad. Mis maestros no escuchan a los niños, todos los audífonos están estropeados. Mis maestros hablan al menos dos lenguas, pero siempre con los demás. Consigo mismo guardan silencio.
Piedras de palabras
Me dijeron que se abrían las ventanas cuando pasaban. Con su pelo moreno de cornejas, con la boca hinchada de insaciedad. Él bebía la limonada que ella le preparaba, añadiendo una gota de sangre al jugo de limón. Después de aquello, todo fue distinto. Los cuchillos y el dinero caían al suelo como pájaros muertos. Con el más grande un sábado casi degolló al gallo. Lo apretaba con los ojos cerrados y lo condenaba al poema. Yo, mientras tanto, repetía la tabla de multiplicar con las palpitaciones, atreviéndome a creer que algún día podría pintar el cielo. Llevaba piedras en mis manos que luego en un escondite componía en palabras: ¡mierda, Sol, parásito, Mujer-Yedra, puta, Amor, cerda, púdrete, Vida, sola!
Abrázame
¿Cuántas fueron las noches en las que huíamos? ¿Qué fue lo que te enseñó tu madre, excepto callarte y rezar? Cada domingo te sentabas en el banco de la iglesia, esperando recibir una respuesta. A esperar que Dios se volviera hacia ti y te divisara. En casa, Diós estaba gimiendo dentro de tu niño, y en la iglesia estaba reflexionando sobre la libertad más allá de las líneas del firmamento trazado por los dedos del pintor, intentando conocer en el corazón atravesado de María, Madre de Dios, en el cuadro de marco dorado ¿quién sino una Madre podría abrazarle para que sintiera lo que anuncia la palabra la Paz?
(Al anochecer el niño abrazó a su madre).
El riñón
Dormías con un cuchillo debajo de la almohada. Te asustó un ángel que se te manifestó. Se andaba de puntillas aquellos días, susurrando. Tu herida se estaba pudriendo, hundiendo los bordes de las fosas nasales. La niñez se crió con un corte que atraviesa la pared abdominal. Levitación sobre el suelo. Inadvertida una y otra vez. Un ángel estaba sentado en la cama. Sopesando la proporción entre la vida y aquello por dónde lo habían cortado. Con paciencia la esposa preparaba té de uvas. Lo enfriaba con aliento del viento que tosía carbón, en la vieja repisa de la ventana, y se teñía los pulmones con él, mientras dormías. Cada uno de nosotros se había escondido. A mí, los ojos me llevaban a las copas de árboles vetustos, sobrevivía en los escondites de hierba. A ti te estaban tragando las noches. Junto con el ángel al borde de la cama.
Santa Ana
Te pusieron el nombre de una santa y te explicaron quién era. Y todos aquellos años procurabas ser como ella: habías aprendido a amar incluso la niña que todos llamaban la semilla de diablo, pues quien no ama al concebir, el amor lo tiene que concebir a el. Años llevo imaginándome el vacío que dejarás. Y lo comparo con aquel que estoy llevando por el mundo. Son tan grandes.
Como si el tiempo me levantara y sacara del cuerpo veo caras en velo y bajo de ellos, tu piel marchita que vuelve a la tierra. Busco aquella canción que te gustaba, pero todas son graciosas. Si hubiera cantado alguna en tu funeral, habrían vuelto a expulsarme.
Dime, ¿cómo es la hija que piensa en el funeral de su madre mientras
esta sigue viva? ¿Cómo es la hija que enferma cuando tú, a kilómetros de
distancia, te pones enferma?
¿Una clarividencia?
¿Un fantasma?
Una aspiración. Una expiración.
Confieso que todo esto no es más que una danza de movimientos y preguntas.
“Mira, nos hemos creado una a la otra.”
Nuestros gatos
Sobre la mesa hay unos cuantos fósforos largos, papel de fumar y una moneda. Abril acaba de empezar. Las crías de gatos nacidos en la noche de domingo de resurrección empiezan a abrir los ojos. ¿Cuántos gatos han sido, mamá, a lo largo de la niñez? ¿Fusilados, amados, rotos, atrapados, descompuestos entre las raíces del avellano delante de la casa? ¿Te he dicho ya que ahora la tristeza a mi lado se siente bien? Dice que por fin puede descansar ahora que los gatitos han abierto los ojos y el que me anda buscando no me reconoce. Estoy sentada en el humo de tabaco verde, en mi cuerpo algo que quiere tener nombre. Escucho… El vacío es este agua. Hace mucho que no nos vemos. Ahora llevo pelo plateado dentro del dorado y bajo los ojos un dibujo de la risa.
La ofrenda
Era octubre. Cuando entré en él, saliste por un momento. Te deslizabas sin moverte. También yo misma empecé a levitar a la altura de un puño sobre el suelo. Todo el día circulábamos por la ciudad. Sonreímos a mucha gente.
Deseábamos entretejer los dedos, pero decidimos optar por entretejer
lo indecible. Sobre nosotros llovían las hojas de otoño. Gastábamos las orejas con palabras. Con viento secábamos los puntos de aguja. Un niño lloraba al lado del agua. “No llores”, le dije. “Pues lloras el agua.”
Luego vino.
La señora de negro.
A decir que había perdido el marido.
“Que equilibrio entre la Tierra y el Cielo,” no respondí.
“Yo lo encontré ayer.”
La noche del murciélago sobre el estanque
No sé si estamos observando la misma obra de magia cuando sobre el estanque donde la juventud te embriagó a aspirar lo prohibido miramos la torpe artimaña de los murciélagos que rasgan la noche. A pesar de ello somos imponentes: sabemos tocar la transparencia, somos capaces de contener el aliento, oler la muerte (hasta ahora hemos soportado todas sus formas) y saber – hay vida. Encontramos una salida cuando nos encierran, por unos minutos también la pieza ausente. Y todavía sabemos amar a quienes nos negaron el amor cuando más lo necesitábamos.
La mujer esqueleto
Nos desnudábamos en el crepúsculo de la madrugada. La respiración desvelaba la profundidad. Me quité lo que nunca desvisto. A mí misma. Y tú te arropaste conmigo. Durábamos. Yo me asentaba. Me estaba deslizando mucho tiempo antes de bajar en tus huesos. Temía romperte. Preferí romperme a mí. Dolía menos.
La pastora
Hace mucho que a mi sombra no le gusta el sol. Al crearla, el sol la está desnudando. La está quemando. Por eso prefiere la oscuridad de los días claros. Entonces forma parte de la gran sombra del mundo que se desliza por las mesetas de indiferencia. Cuando está llena, duerme al abrigo de mis costillas. Quieta del todo, ya casi una eternidad sueña sobre no sé qué, quizá no es así, pero mi interioridad entonces está a salvo. Callada, calurosa.
Los últimos días le ofrezco forraje. Le pongo trozos del dolor, grava de las entrañas, rajas de palabras, dosis de contracciones y cortos de memorias. Nada de esto quiere caducarse. Vengo así, pastora, trayendo la comida a la divinidad de la sombra a lo largo del día.
Por la noche la oigo respirar a través de mi boca y pedir la comida. Hacia la madrugada se llena y queda dormida, es entonces cuando vuelvo la oreja hacia fuera.