Poemas de Peter Semolič
Digamos que su nombre es Clara
Mientras estaba en la fila de la oficina
de desempleo (de las reducidas mejillas y con el vientre
privado de sentido hasta el extremo),
mientras que recoge los trozos del plato
que cae de sus manos al lavarlo
(junto con ellos, los trozos de sueños de
familias felices, diferentes a sus primeras familias),
mientras se marcha en medio de una reunión del grupo
de ayuda por pérdida de familiares (yo soy Clara
y todo lo que me quedó de mi recién nacido,
es el cheque del crematorio),
mientras yace como la cosa más solitaria
del mundo, despierta en la cama (su esposo, que yace junto a ella,
ya es solamente una piedra, arrojada al agua profunda y helada),
escucha el eco de la pequeña voz que cada noche,
en sus sueños, repite sollozando:
«¿Por qué no me diste ocasión?»
Al este se dibuja el alba,
Clara gira la espalda hacia él, fija la mirada en la luz
que se filtra como el barro desde el otro lado del andrajoso telón.
Digamos que su nombre es Tomaž
No mira atrás. Si lo hiciese, ella podría desaparecer,
hundirse en las sombras, enojada
porque olvidó buscar la torta para el cumpleaños de
su hija, sentarse en el auto y salir corriendo a la ciudad,
podría tomar a alta velocidad justo esa
curva, donde aún no han reparado la valla tras el último
accidente, y se desliza por el camino. Debajo en lo profundo
está el río, crecido de los chaparrones de primavera, río
torrencial, que se lleva todo, que cae en ella, del tronco
del árbol, bolsas viejas, animales muertos, autos,
gente y mientras que la corriente la lleva contra
el río distante, él se esforzaría en divertir
a la hija y sus amigas, imaginando siempre
nuevas y nuevas excusas, por qué mamá todavía no volvió,
con menos entusiasmo de ella se quejaría, hasta que su
enojo se vuelva preocupación y esta
sea angustia. En secreto llamaría a su móvil,
pero ¿cómo alguien escucha Balada para Adelina
con las orejas llenas de agua, cómo alguien contesta
la llamada con la boca partida, llena de dientes rotos?
No mira atrás. Si lo hiciese, ella podría desaparecer,
sin ninguna explicación, acto resolutivo,
sin ningún final, podrían encontrarla
muerta, hinchada y podrida una semana después,
apresada en el tronco caído de un árbol, y debería
estar fuerte por su hija, mientras que
se descompondría todo en él, se diluiría el terrón,
temblaría la gelatina. Despacio bebe un nuevo vaso
de whisky, mira fijo la noche detrás de la ventana del living,
no mira atrás, cuando en la nuca siente el tibio roce,
cuando la escucha pronunciar entre suspiros su nombre.
Pocahontas
Te confié mi nombre secreto
y acepté uno nuevo, pero me encaja
tan mal como una prenda hecha
a medida. En verdad, era una niña, pero
te amaba como a una mujer ¡John Smith!
Me metiste, mentiste a mi padre,
en sueños vi el río Potomac,
rojo ha rodado por la vastedad,
evacuado de gente y bisontes, vi
a mi pueblo, borrado de la tierra ¿Acaso
sabés sobre la violencia en Henricus? De seguro sabés
y ahora voy a llamarte padre, como tú llamabas
a mi padre y vos me vas a llamar
hija – para siempre voy a ser tu compatriota.
Visité el freak show y deformada
se vio: princesa, exhibida
en una exposición, una gran inversión por la sociedad
de su esposo. No me quejo, es
bueno conmigo y con Tom. La ropa me aprieta
en la cintura, me asfixia. El otro día me vestí
con mi vieja ropa – olas de vergüenza y
confesionario… ¿Quién soy, si no soy
Matoaka, Amonute, si no soy Pocahontas
o Rebeca o cualquiera de mis otros nombres?
Humedad, tal vez veneno, me contaron que la
ciudad se llama Gravesend…
Entierrenme en el cielo o en el mar.
Crucigrama
Seis vertical… olor a desinfectante se mezcla
con el olor a enfermo del cuerpo y perfume de viejas
acompañantes. Te inclinás, apoyás la cabeza
en el frío muro y buscás respuestas. Diecisiete
horizontal: una ya extinta especie de peces… te levantaste
temprano y después de una noche sin dormir, a lo sumo sos
como el más simple programa informático, pasado a través de
tres estados: miedo, esperanza e indiferencia. Ser uno-
¿Pero con qué? Ocho vertical: nombre
del filósofo francés Bataille… En casa tenían manía
de resolver crucigramas, estaban por todas partes, también
en el baño. Se entregaban al inodoro y al bolígrafo, se
unían uno al otro en palabras, uno
al otro rellenaban el vacío, formado
por pulcros cuadraditos. El vacío, que te espera,
no tiene forma: horror vacui del nueve vertical.
La puerta se abre bruscamente, bruscamente
te inclinás hacia adelante y luego de nuevo te apoyás
en el muro, cuando la enfermera no llama por tu nombre.
Comenzó inocentemente, con un quiste
bajo la axila, que no estaba ahí. La operación, que no
tuvo éxito por completo, lo tuvo en el intento para dejar
de fumar y el cambio de alimentación. Terapia con pastillas,
que te agotaban, miradas cada vez más preocupadas
de los seres cercanos. Una joven, que ha dicho por fin ‘sí’,
pero lloraste toda la noche en su hombro. Diecisiete
horizontal: una ya extinta especie de peces… con la cabeza
apoyada en el muro buscás respuestas. Como esta noche,
como tantas noches. Un trabajo de Sísifo, no,
esta vez no es en el crucigrama, esperás que la puerta
se abra, que te llame el hombre de blanco,
quien tiene una sola respuesta, con la cual van a desaparecer
todas las preguntas, una sola respuesta, que ya la sabés
pero que esperás todavía no llegar
a enterarte… trece vertical… quince…
Astronauta
En el universo estás. Afuera. Estás sentado en brazos robóticos,
que tenés para reparar. Los aterradores momentos
del despegue fueron algunos días atrás, nueve
minutos preguntándote qué fue todo lo que pudo ocurrir.
Y después alivio, el momento de paso
a la no gravedad, cuando cerrás los ojos e imaginás
que estás de pie en el umbral de tu casa en Wisconsin,
el umbral de tu dacha en Petuški, en el umbral
de tu departamento en el bloque de edificios
en algún lugar, das el paso, pero ahí no está América,
no está Rusia, ni está el vecino, que hace un momento saldría
del departamento de enfrente y te desearía buen día,
solamente está el completo negro y te caés dentro.
Soportaste esto, aferrándote a todo lo que
te enseñaron en la Tierra, para que no olvidaras, dónde es arriba
y dónde es abajo, que no te perdieras
en vos mismo. En un tiempo tuviste simpatías con las ideas
anarquistas, ahora estás feliz, sos parte del mecanismo y
cumplís las ordenes. Hasta este momento. Estás sentado
en brazos robóticos, a la derecha cerca tuyo inaudible
truena el mundo, a la izquierda, la oscuridad abismal del universo,
que se propaga en todas direcciones simultáneamente, herida infinita…
Tendrías que empezar con la reparación, pero apagás
la luz de la escafandra, ahora mismo estás sobre la noche de
Australia – ahí todos viven en la costa y las ciudades
a partir de Perth están como enhebrados en un collar.
De la completa libertad te separa sólo la hebilla,
con la que estás prendido a la estación…la desabrochás…
te empujás… algun día te extraviarás en la atmósfera…
llegará a ser una estrella fugaz… quizás alguien te verá…
quizás a alguien cumplirás el deseo… el mundo, que pasa deprisa
por al lado, infinitud y entre ellos
vos –tu mente y tu cuerpo– que comenzás
con la reparación, por la cual te mandaron aquí arriba.