Poemas de Los pantalones para G, de Alenka Jovanovski
Lengua maternal
De niña mi madre no hablaba en la lengua
de su madre, sino en la lengua de los que la mataron.
Hasta reía, esperaba y estaba de luto en la lengua de los asesinos.
Irrumpían en plena noche, con barbas blancas y puñales agudos,
apoderándose de la casa.
Mi madre nunca termina de decir hasta el final las cosas últimas,
tiene miedo de hablar de ellas.
Hasta los pantalones, esta cosa tan pasajera, me los cortó
en la lengua con medidas de otra persona
(de ahí que mis pantalones aparentemente sean infinitos:
y en realidad siempre demasiado estrechos, largos, de modelo equivocado).
Por eso yo, su hija, estoy obligada a devorar lenguas extranjeras,
lavar pan en el extranjero y hornear ropa de los extraños.
Para ser limpia, tengo que estar hambrienta y desnuda.
Para estar desnuda y desnuda, tengo que estar al lado de la pared,
chocar contra el infinito hecho del hormigón.
La lengua envenenada expande su vida silenciosa y oculta:
la guardo en migajas de pan, la saboreo en hilos cortados,
mastico los agujeros en la tela,
esta dimensión tendinosa, ruda, esta mezcla viva de polvo y agua-
llego a conocerlo cuando lo otro y lo propio se mezclan,
cuando ya no sé quién soy
si es que soy alguien-
todos somos familia, y estamos tan solos,
sin barrera para lo que a través de la puerta
irrumpe en la lengua-
¿quién, si acaso existe,
debería quitarla
(¿cómo podría quitárselos?)
los puñales y las huellas del horror?
La madre que ya no existe entonces abre la lengua.
Lame la sangre y la mucosidad y los excrementos de las crías;
atenúa el tabique del corazón y cura las úlceras gástricas,
funde las paredes y las puertas y las ventanas.
El músculo áspero los despierta con ternura:
a los que gimen sin cesar
y a los que desde dentro están tapiados dentro del sueño.
Poema para Violeta Parra
Y el canto de ustedes que es el mismo canto.
Y el canto de todos que es mi propio canto.
(Violeta Parra)
Ya no es posible escribir ningún poema íntimo.
Tan sólo un poema sobre los órganos interiores de una gata atropellada
cuya sangre se filtra por la bolsa de piel,
junto con los riñones y el corazón en una corteza de grasa.
Un poema, cuya piel es más blanca y herida
que la piel con el corte del tejido canceroso de la espalda.
Un poema que extrae de la herida las palabras tragadas,
las palabras con filo romo y las abre para que puedan respirar.
Un poema que es como un encuentro de los que andan
al borde de la noche y saben que el miedo se esconde dentro del golpe
si lo apartas
Y se convierte en amor si lo deshaces.
Esta aquí es una elección real, ningún inconsciente
puede justificarlo ni dirigirlo.
Mi poema más íntimo vive entre la gente,
mi poema más íntimo funde las cadenas de las cosas.
A veces quiero olvidarlo, a veces quiero atropellarlo.
Pero es imposible atropellarlo, no es posible olvidarlo.
Ni el pájaro ni el aire ni el paisaje: no soy ninguna de estas cosas-
viajo orgánicamente, a través de las venas, enlazando el oxigeno fervorosamente
para abarcar todo lo que puede dividirnos.
A los amigos
A todos aquellos que he amado irreversiblemente
les quité algo para apoderarme de ello.
Al primero: levantar sospechosamente la ceja derecha para defenderme.
Al segundo: que no quiero comerme a los vivos
(aunque sin querer ya me comí muchos) –
lo que me suministró algo de frío y algo de calor.
¿Qué es lo que te quité y qué es lo que te di? Toldos de plástico
sobre la tierra, bajo ellos centenares de ojos que eran menester
devolver a las raíces. Lágrimas y risa. El Fiesta: nos refugiamos
dentro de él al caer la noche y por la mañana (como un vivo en el ataúd)
observamos la condensación menuda. En el accidente
lo rompí y deshice el color azul, pero míralo ahora:
bajo la corrosión y los agujeros, allí
podría estar el nuevo hogar.
Algún día, antes de separarnos, aprenderé
los quehaceres de mamá: hablar con las flores,
suavizar la piel de los vestidos, hacer pasteles
y estar bien.
El momento me asusta un poco, no me gusta practicar
las pequeñeces que quitan el tiempo
y suben hacia la tierra.
Y por fin de tí, Lámpara (he huido aunque
tan sólo aquí estoy a salvo de verdad): cojo de ti la gracia y la llama
que chamusca pero no quema; que penetra insistentemente hasta el aliento más profundo.
¿Han sido justos los cambios, habéis obtenido las armas de bronce,
habéis obtenido el sonido de bronce, habéis pasado hambre?
¿Nos hemos vertido,
nos hemos entretejido como hierbas de mar,
nos hemos caído bien?
¿Es que las células de mi cuerpo
os pertenecen para siempre?
¿Es que el agua cada día
está más mezclada con leche?
¿Con qué pie nos hemos impulsado a este océano?
¿Y con qué brazo vamos a salir nadando?
Ernesto G., Bolivia, 39 años
Corazón expuesto como una llanura
que aceptas todo: los rayos, las gotas, el frío
la sed, las heridas, el hambre
los seres menudos, escondidos en la tierra que atacan
para sobrevivir –
Nuestra piel desnuda centellea como los dólares
en la mirada de los tiradores –
Corazón, cómo me silba en los pulmones
el viento a través de la pampa,
corazón que te has vertido en el continente –
Corazón áspero, poroso, piedra
campesinos hambrientos y enfermos
que en su miedo protegen las causas de su pobreza,
su pan sin harina
jugando con ellos a la gallina ciega –
Cuándo despertarán, cuándo
Corazón, adónde los llevas,
acaso conozco
tu lugar –
la vida en la sombra
para Mimo Cogliandro, clarinete bajo y Marko Lasič, batería
aquí el espacio se mide en profundidad
si llego al rincón
lo expando y esto es la libertad
sin prestigio igual que la sesleria en otoño
protege la tierra y la ata
nadie lo verá, desplumará, empujará
no hay ningún oro negro,
aquí abajo no está
no deja verse, no existe no está a la luz
pero aquí no se mira con los ojos
si no juegas según las reglas
te toca el borde obligatorio
la vida en la sombra es
comer o lavarse
cada día tomarse el tiempo y amasarlo con insistencia
sin preguntar porqué
amasarlo sin brazos si te los cortan
durante un siglo el árbol amasa sus jugos
la sombra amasa las fresas de serbal
si utilizo las yemas de los dedos,
si soplo al interior, nacen soles
circulan las brumas y galaxias
el espacio, profundo y amplio, se arremolina
a través de este tubo desnudo con teclas en la cintura para arriba
que golpea
para que pueda respirar para intercambiar
Joan Jara, 11. 9. 1973
amar a aquellos
cuya pérdida
de antemano merece la pena llevar
no como un altar
(esto sería la glorificación de la violencia),
y no como un precipicio
(de esta manera me ahogaría),
sino como a aquellos
por quienes cada día
(existan o no)
vuelvo a nacer.
Paseando por la alta hierba hasta el estanque cubierto por las algas
Mi padre es el viento:
cuando yo me callo, él se lanza a hablar.
No bien se percibe que se abren las hojas del abedul,
y brillan, muestran el camino.
Por fin, el día es un cálido olvidar la lluvia.
Voy hacia el estanque por la hierba.
El estanque brilla como una luna.
En cualquier momento puede quemarme la cara.
Mi padre tiene cáncer,
mi padre no puede ver nada.
A lo lejos, el estanque es solo láctea plata,
no sé si la plata puede ver algo.
La plata es un espejismo: una superfice helada sobre el estanque.
La plata es patas de tipulas que resbalan sobre el estanque.
La plata es algas que cubren el agua viva.
Mientras tanto, mi sed permanece: inamovible, intocable.
Mi padre es el viento, mi cuerpo es un contador Geiger.
Me escuchas, mi amor: ris ras, ris, ras…;
movimientos apenas perceptibles perforan las hojas del abedul.
Querido, no te asustes: es solo el sonido de mi cuerpo.
Mi cuerpo irradia, mi cuerpo destruye las tiernas células.
Tengo que ponerle un límite;
por esta telaraña con gotas de rocío
y por la huella del caracol, le tengo que poner un límite.
Le digo: pssst, tranquilízate, cuerpo mío.
Cuando se tranquiliza no irradia. Tan solo duele,
pero esto no lo veo. Mi cuerpo ya no es
mi cuerpo; es un silencio.
Ahora me voy a tender en un corazón.
Un corazón está hecho de viento:
me puedo apoyar con toda mi fuerza
solo en aquel en el que siempre vuelvo a
resbalar.
Paseando por la alta hierba hasta el estanque (un año después)
Otra vez el mismo paseo, todo es lo mismo.
El viento me limpia al andar los ojos y la boca.
En el mismo arbusto reseco las espinas:
largas y afiladas.
Filas de gotas, congregadas
en un rosáceo sangriento.
En la misma hierba: las hojas verdes y amarillas,
por la misma fuerza lanzadas en caída libre.
Todo es lo mismo: un tábano que, convulsivo,
abre una vena, un yo andante, y el viento.
Flores azules en medio del estanque,
eternas como en los empapelados de mi infancia,
¿qué, por aquí? No sé distinguir
el espejismo de la realidad, todo es igual.
En medio de los juncos, el fango y la despiadada superficie
se han abierto el paso tres lotos:
azules a la luz de la lluvia del atardecer,
uno para ti, uno para mí y uno para todos nosotros.
Castaño silvestre, en el instante
Aquí, bajo la ventana, los castaños hablan con el viento.
Cómo los toma el viento y con toda su fuerza les arquea la copa
medio seca y medio viva
donde han crecido centenares de ojos ¡que pican!
Cómo se está cayendo todo esto bajo el roce del viento,
la consecuencia y la causa lanzadas con la misma fuerza.
Cómo flota a través del aire, sin apoyo alguno, hasta el fondo.
En mayo te regalé un ojo de castaño,
una bolita con pelusa verde.
Lo devolviste. No sabías que era un regalo,
una lancha que cruza el mar hasta la tierra prometida por la mera fuerza de la voluntad.
En setiembre los descubro más oscuros,
más amargos y más afilados, allí donde nos encontramos de veras –
en el fondo.
No salió. No salió.
Todo es rotas y afiladas formas,
y adentro la fruta viva se asombra, sorprendida,
dejada a la inmensidad.
El deseo de libertad, en un momento aplastado en una forma.
Celestejoder (¡cito a Tomaž!),
cuando el miedo lleva las riendas y produce, ciego,
detonaciones y se derrumba
literalmente, sin metáfora alguna.
Este poema no es más que lo que está en ese hormigón:
una espinosa cáscara rota.
Una palabra rota.
Apretada en tu palma, también un regalo, que se disipa al momento siguiente.
¿Qué ves, por fin?
Los niños de los refugiados les ponen palillos
y hacen de ellos caballitos en camino a Europa.
Los caballitos no beben nada,
los caballitos no comen nada,
los caballitos miran directamente a los ojos,
sus pezuñas heridas viajan mil años por las estepas,
y no olvidan nada.
Castaño silvestre, castaño silvestre
nacido para un viaje salvaje –
cada ojo de castaño me dice
por la mañana, al mediodía, a la medianoche:
oye, ¿a dónde vas?
Y solo a veces, en soledad, con timidez:
detente y quédate conmigo…
La higiene del corazón
Cada noche, antes de acostarme
me dedico a la higiene del corazón. Primero le quito la ropa.
Hasta que queda desnudo. Lo meto en el agua.
No debe ser ni demasiado caliente ni demasiado fría.
Luego lo limpio con una esponja de metal.
Le corto las uñas si han crecido demasiado.
Le quito los pelos cuando pican.
¡habrase visto un corazón peludo!
Ceferin tuvo que afeitarlo para poder balbucear
que-e-e-riii-da maaa-aa-dreeee.
Tiene que ser suave y tierno como el culito de un bebé,
no obstante macizo y con buena circulación.
Le doy de bofetadas cuando se pone
demasiado blanco, demasiado frío.
Que despierte y vuelva en sí.
Que empiece a contraerse y dilatarse. No obstante, el corazón
traspasa los límites
y empieza a gritar: ¡yoyo Yo!
Entonces lo pongo en su lugar.
Lo corto en pedazos y lo distribuyo.
Un poco a los huesos y un poco al aparato circulatorio,
un poco a la espalda y un poco a los pulmones.
Un montón de corazones desmembrados
abren sus picos como crías de gorrión.
Esta es la situación del corazón tan difícil de alimentar.
Cada vez que este país lo borra del registro
el corazón se pone a comer más:
más inmenso que el universo,
se rebela
y se pone a cantar en todos los registros.
Guardado en una menuda nuez rojiblanca,
más allá de la oscuridad sabe
que, sin mí,
seguirá adelante.