Poemas de Isla, presentimientos, beso (Otok, slutnja, poljub, 2004), Cortes en el oro (Rezi v zlatem, 2009) y Bajo aquel continente (Pod tisto celino, 2017) de Gašper Malej.

De Niño, presentimientos, beso

Entra a casa,

te esperan

sonrisas amables.

Las damas oscuras en la puerta.

Para que olvides

lo que eres.

Lo que no deberías ser.

Te servirán té

y te traerán el almuerzo.

Una luz suave se

vierte a través de las ventanas.

En tu superficie

sentirás: este no eres tú.

Y no debes serlo.

Escóndete en el vacío:

este es el único lujo

al que tienes derecho.

Quieres saber por qué.

Por qué la puerta abre

al tocar el picaporte.

Por qué en un bocado

o trago de agua común y corriente

puede acechar la inquietud.

Los señores

no te lo pueden revelar.

Si es que existen.

Entra a la casa.

Quizá todavía no te lo hayan dicho,

pero el presentimiento

es demasiado fuerte para poder negarlo:

viajes donde viajes,

quienquiera que te acompañe,

un día estarás

aquí.

Como la muerte que espera

en Samarcanda.

Un dolor que consternado

aprietas en el puño.

Los objetos de las habitaciones

están cubiertos de una pátina oscura.

Desde la cocina llega

un olor a quemado.

Entra a la casa.

Pues el vacío adorno de su interior

echa de menos, y con dolor,

precisamente tu ausencia.

Tú llevas –y escondes–

la memoria.

Yo dono.

A todos los que están –dentro de mí, pienso

y lo borro– aquí.

Una cercanía

que se expande

con sigilo y se adueña

de mis pupilas,

del pulso, de las conchas,

con disimulo, como un cristal.

Coincidimos con fugacidad,

como un campo nevado

pegado

a la angustia de los labios.

No sé quien eres,

aun así –presiento dentro de mí,

¿y qué es lo que escribo?– me

vierto en un temblor

que esconde

nuestro futuro beso.

De CORTES EN EL ORO

El mar que inunda el poder

de todos los elementos. La defensa

de pasiones desgarradas, una persona

desconocida que olvidas en el espejo

o detrás de la cortina. Toda la importancia

está puesta en las olas. Quizá inaccesible,

debajo de la superficie. Te rompes en temblores

breves, inefables. Y quizás

sigues allí, en la arena. En la

inexistencia de los castillos que

construye una mano ajena. Es la muerte

la que llega con el mar. Le perteneces

igual que todo lo que arroja a la orilla.

existen lugares

donde las historias terminan

de otra manera.

en los que puedes poblarme.

cosa que podrías llevar a cabo

perfectamente aunque siempre

admire el temblor de tus manos

que en plena conversación

huyeron de la presencia de la causalidad y del trozo

de pastel que las rodeaba –

para poblarse en aquella imperfección

que soporta tan solo la presión nocturna.

me sale con miedo

que puedes llevarme a lugares

de centelleo despiadado –

y no me poblarás jamás.

La historia empezó

entre arena y polvo,

entre faros extaños

y brillo dorado.

No fuiste el que

por la alfombra bordada

entraba con lujo a la sala

donde las miradas de los visires

mantenían el equilibrio y la

de los ojos negros decidía

sobre el dominio y la ternura.

Ya entonces: falta de ternura.

Una llamada en el aire,

momento seguido una niebla

que borra aquellos tiempos pasados.

Emerge una nueva historia.

Los naufragios en la costa rocosa,

ráfagas de viento como en una

isla pequeña que en este mundo

se llama Suomenlinna, aunque ahora

las particularidades de su existencia

se funden en un paisaje que por todas

las características parece haber sido inventado.

Profundamente irreal, ya contemplado.

Y tomas notas incluso con más

precisión y detalles:

el abrazo como consecuencia de la salvación,

las claras conchas, esparcidas por la anhelante

agua, el árbol de las siete tristezas

que crece sobre la inevitable inquietud

de los salvados. También los naufragios han sido ya

incorporados a innumerables narraciones; en realidad

esperan escoger el camino en el cruce

que los borra e inspira melancolía.

Sobre esto va a decidir la imaginación

de una persona que fue predestinada

a complementar la historia. Un lector, digamos.

Aquí podría figurar una larga nota

sobre la (in)casualidad de esta determinación sexual.

Le esperas (y llamas con ternura).

Lo que no es mera fantasía (acaso

irrupción demasiado directa de la realidad

en el tejido fino, indeterminado).

Tal vez existe. En el horizonte

de los naufragios. Al fin y al cabo, esta es

(irrevocablemente) una historia sobre la búsqueda

de puentes hacia él. Te acercas, nada más.

Porque no puede ser de otra manera.

De Bajo aquel continente

puedo intentar suceder

de un modo del todo inorgánico.

en la mano sostengo una célula verde.

tal vez pueda protegerme

ante todo dolor.

cuando entre al teatro

de los otros sentidos,

que disimulan la sorpresa

de que estés precisamente aquí.

en otro lugar, aniquilado.

esperando la inspiración.

como una ventana se abre

en la mano, verde.

en la distancia de exactamente

siete centímetros

desde las tijeras abiertas.

intenta dibujarse

en color naranja.

se apoya en las inestables

posiciones de los peces en las peceras,

hacia abajo

en las redes de la memoria

se atasca con las miradas.

sigue durando

una de las maniobras

del ámbito de traslado.

aquíyano estoy.

respondo a las caricias

como un robot, el magnetismo

está permitido tan solo cuando la gota

pasa el borde.

desde allí

me muevo a lo nuevo.

siguiendo las huellas, dudosas

solo en las palabras.

lo demás está distribuido

pero se deja mudar,

espera unos gestos seguros.

el contraste: monstruos blancos

que bajan desde las pantallas.

en lo blanco los colores

que aún no quieren ser carne.

que lejos está el fantasma

de un poema de amor.

seguro como un presentimiento

de que me exilio en lo impersonal.

así como en las sonrisas, como las estatuillas arcaicas.

pondré un dedo en unos labios

que a partir de entonces se callarán claramente,

sin descensos en la altivez

del silencio. tal vez sobre el mar

ya se esté elevando una estatua de bolsillo

de piedras recolectadas.

las lágrimas rizan el agua,

quieta en su soledad.

de este modo se puede borrar el océano.

al volver estás salado

cubierto de tiritas.

nadie ha puesto una vela

delante de tu puerta. nadie

ha asentido cuando la sepultura iluminada

se ha abierto por fin. te has quedado tieso,

sellando la huella. has medido

el dolor aireado –

y has cerrado los ojos.

en la evocación del alcance insuficiente.

allí se compone la luminosidad

que lleva al vidente

al umbral de lo cotidiano,

entre las cosas, de nuevo amadas,

en un hablar premeditado.

como un poema

modelado con una soledad anciana.

que intentarás

reformular muchas veces.

un habla oscura,

repetida en muchos

sitios inasequibles al ojo.

la tristeza y los roces

con la muerte. paso a paso

a través de habitaciones siempre

demasiado estrechas. el lento distanciamiento

de los cuerpos amados.

por momentos

el increíble empuje

de fuerza que brinda

una despedida.

la dignidad,

la obstinación, la gracia.

un río de luz

que fija la sonrisa

en la memoria.

así durarás cálida.

solo tú.

pero en realidad es insólito.

inspiras, porque no estás.

aunque estés, esto no puede

cambiar nada.

juego con lo prescrito,

con lo escrito. algo de riesgo

nos dejamos continuamente: un precipicio

de sonrisas, la pulsación de lo previsible.

tan solo la luz al final baja

al nivel suspenso.

la representación de la cercanía, insinuada

por las grietas, lo incompleto de la unión

que se inscribe en nuestra mano.

te haría luminoso

y reciclable,

con un sobrante reducido

en ansiedad. te movería

a la parte de las pérdidas,

que está prohibido

equiparar al fracaso.

puedes decidir

a qué mundo pertenecer.

no son solo dos y siempre

no va a ser siempre fácil excepto si

proclamas la noche del pensamiento con remolinos

que significan la despedida: abres

un diccionario nuevo, aún sin tocar.

puedes ser solo aquella vida

que no permite ningún error.

pasarela segura soportas el peso

el peso y cien mil veces el peso.

y luego se hacen oír –

los párrafos del juego. la melodía

se esparce a través del espacio.

un fado ligero de la soledad

un inequívoco pesar de la vertical

del sueño. un viaje astral con voces

hasta la médula del cariño.

intentas evocar una historia sobre cuatro matices del verde

que se han destapado de repente en el paisaje. aquello parecía

un paseo ordinario: hace mucho que las epifanías buscaron cobijo

en libros ajenos. entre las líneas lucía una mujer, dibujada en dos

continentes. la mirada viaja hacia lo inalcanzable. a través del mar,

abandonada a sus propios tonos. en el fondo del cuerpo

el destello de una joya de cristal. verde. es verde, claro.

vuelves a preguntarte quién pronuncia. ahora te echa una mano

la palabra pluralidad. o multiplicidad, como insinúa el registro

de la reinterpretación. sin embargo sigue presente – imborrable –

una especie de singularidad. en todas las facetas existenciales. acaso debajo

del paraguas me beso con una singularidad? qué singularidad

puebla el letto misterioso? el texto se descompone antes del final.

hay mucha luz en el camino. el alma hace lo suyo. Está estableciendo(se)

el orden.

Traducción de Barbara Pregelj