Poemas de Barbara Korun
La Reina Isabel a su amante
Inglaterra, a principios del siglo XVII
Me estoy poniendo vieja. El frío entra en mi cuerpo, de todas partes.
Una vista del mar a través de la ventana, una infinidad gris.
Mis dientes se vuelven amarillos. Y mis uñas. Pero todavía hay
pasión dentro de mí. A través de los músculos flojos, huesos
podridos. Ardor. Los demás, ¿lo sienten también? ¿Esas sanguijuelas,
ladrones, ratas hipócritas, mis cortesanos?
Tu rostro suave, inocente palideció esa noche cuando
te trajeron a mí por primera vez. No podías levantar
tus ojos, ni nada más.
No te dejé fallar en tus propios ojos, y sólo yo sé
cuando perdí mi corona, mi nombre, mi corazón.
Cada emoción es una debilidad. Nunca la he mostrado.
No llamé por ti mucho. Y siempre fui la primera
en irme. Pero yo ardía, encendida me consumía el fuego.
El tormento de la lujuria, la agonía de la ausencia. Tú
eras el pilar contra el cual apoyaba mi reino.
Mi reino que abarcaba la mitad del mundo
conocido. Dios ha estado conmigo, en las guerras.
Durante las noches de insomnio interminables sigo
escuchando los gritos de victoria y las maldiciones.
No hay infierno peor que mis noches de insomnio,
mis días del frío insoportable. Mi ambición no tenía límites.
No hay piedad para mi sufrimiento. Si el infierno
existe, me voy a quemar en él.
Este año el otoño ha comenzado especialmente temprano.
Las abejas congeladas se están cayendo en las manos de la gente.
No me queda mucho tiempo por vivir. Siento que ya estoy
convirtiéndome en una leyenda, en una larga cadena de palabras.
También tú me has estado olvidando, cariño, he visto cómo
la sigues con tu mirada, – a la joven, con el pelo negro.
Mañana aprenderás que he ordenado tu decapitación.
Una mujer sin nombre. La esposa de Noé, después del Diluvio
Llevo meses, años aquí, debajo de la cubierta del barco.
Por compasión, descendí para quedarme con los animales
sufridos. Está oscuro, húmedo y mohoso. El hedor es
insoportable. Los cocodrilos abren sus gargantas dentadas,
las serpientes sisean, los leones hambrientos rugen,
y se escuchan las fuertes pisadas de los elefantes.
Al principio tenía miedo de la oscuridad y de los ruidos,
de la multitud incomprensible de las criaturas que no podía
ver ni apenas percibir – arañas, ratones, ciempiés, escorpiones.
Criaturas grandes y pequeñas que se movían en un ritmo
monstruosamente armonioso, como en el agua invisible,
oscura e irracional. Me convertí en una de ellas, y empecé
a percibir nuestro ser común, cálido, húmedo y sofocante.
40 días y 40 años. Envejecimos, calmados por
nuestra tristeza, nuestra hambre. Aquí abajo no hay Dios.
Desde nuestro refugio humeante estamos esperando al rostro
barbudo de alguien que cumpla con los mandamientos divinos.
Oigo un ruido: Noé deja desembarcar a los animales.
Aprieto la cara contra una grieta en la puerta
y me envuelve la luz de la que me había olvidado ya hace tiempo.
Cuando mi marido, que se ha olvidado de mí, abra la puerta,
se lanzará contra su pecho, lleno de viento y de sol,
una manada de animales –
un ser cubierto de rabos y de miles de ojos brillantes,
agitado por cualquier sospecha. La primera en lanzarme – yo.
Como un animal
CoAmo un animal sin forma, como un ser con alas grandes y carnosas – apenas visible, medio transparente, en el rincón de mi oficina una antigua tela de araña, negra por el polvo, ondeando y palpitando por las alas del aire caluroso – un ser atado por unas cuerdas invisibles, medio encadenado, medio flotante, pulsante,
pulsante – corazónanimal.
Quería hablar de modo más claro
Quería hablar de modo más puro,
pero no podía. Soy así:
retorcida. En mí, no hay
nada recto, todo doblado.
Y hasta el final, susurrando, seguía repitiéndome:
No es posible que he nacido en un tiempo
tan equivocado, solo necesito abrir los ojos,
mirar desde un punto que todavía no conozco.
Mis propios murmullos me acompañan
como burbujas de jabón. (Antígona)
Mi vida es más inteligente
Mi vida es más inteligente que yo.
Me quedo sentada en una roca sobre la ciudad,
el río marrón serpentea más abajo,
pero aquí arriba hay pájaros y sol,
hierbas extrañas, hormigas, abejas
y moscas, hay un árbol cerca,
una acacia con sus flores fragantes.
No hace falta hablar,
el escaramujo me saluda con sus flores rosadas,
en el cielo no hay ni una sola nube,
las sombras se han retirado,
puedo callarme. (Ismena)
La cara
La cara: el cutis suave, moreno, graso. Infinitamente cambiante,
cada momento es la expresión de una emoción clara y fuerte,
pero siempre diferente. Vestida de color blanco sucio, amarillo,
de un pantalón ocre. Un ángel de Giotto. Tambalea. Por las escaleras
hacia arriba. Después, la agarro de la mano: tiene una piel
sorprendentemente suave, la palma de la mano blanda, caliente.
Su cuerpo está doblado en una silla, capa por capa, los pechos, la barriga,
los muslos, un cuerpo suave y ligero. Habla desde la profundidad de su ser,
como un animal, con una voz que sale del diafragma como una carcajada
de alerta de un gato. Apenas entiendo y distingo las palabras. La voz
se está cayendo, en cascadas de color rojo oscuro, de una profundidad
hacia la otra aún más honda, una grieta sin fondo.
DOS
dos se van desvistiendo
se sacan la ropa
se descalzan
se quitan las alhajas y el reloj
se desvisten hasta la piel desnuda
se siguen desvistiendo
con manos acariciantes
se quitan la profesión el nombre
las costumbres cotidianas
con besos pacientes
se quitan sus amores
pasados sus expectativas
con mordiscos profundos
sus años su deseo
con la boca se quitan
uno al otro el género
se quitan la niñez
(eso es lo que más tarda)
la madre el padre
se lavan apretando
frotando
el cuerpo contra el cuerpo
para que suelte el jugo
van llegando a lo oscuro
lo nunca nombrado
y le van poniendo nombres
y a la vez se los olvidan
cuando se inflaman
se siguen desvistiendo
a través del llanto la risa
los gemidos los gritos
hasta lo innombrable
corporal
allende el Nacimiento
desnudos están