De En la costa dorada (Na zlati obali, 2010) de Evald Flisar
La traducción al inglés de la novela de 2011 En la costa dorada, On the Gold Coast fue nominada al galardón literario más prestigioso de Europa, el Premio Literario Internacional de Dublín. La editorial cultural del Irish Times clasificó este libro entre las 13 mejores novelas clásicas sobre África escritas por europeos (en compañía de nombres como Joseph Conrad, Graham Greene, JG Ballard, Bruce Chatwin, Isak Dinesen y otros). La historia habla sobre Igor Hladnik, un autor de libros de viaje que desaparece y deja atrás a su mujer y su hijo Marko. Después de cinco años, un empleado del Departamento de Estado aparece en la Puerta de la familia con un libro de viaje inacabado en el cual Marko descubrirá que su padre había estado viajando por África con otra mujer. Tras leerlo, Marko decidirá seguir las huellas de su padre desaparecido en África.
El padre de Marko abandonó a su familia de un día a otro. “Las familias felices permanecen unidas, las infelices caducan”, escribió, parafraseando el comienzo de Ana Karenina, en una nota arrugada que dejó sobre la mesa de la cocina. Esto le pareció una despedida suficiente que ni Marko ni su madre esperaban. Sobre todo ella, ya que estaba convencida de vivir una relación ideal. ¿Qué padre podría abandonar a un hijo suyo que llegó tan tarde a su vida y que fue la niña de sus ojos desde el mismo momento en que llegó llorando a este mundo? A la madre, esto le parecía improbable. Vio en Marko la garantía de que nunca la dejarían sola.
Era cierto que Igor Hladnik tenía una personalidad compleja, extremamente sensible e irritable, pero se enamoró de él, e incluso después de veinte años lo amaba sinceramente. Él era el único hombre de su vida, y solía afirmar que ella misma no era sino el producto de su atención y amor. Él era cuidadoso y desinteresado, procuraba actuar del tal modo que el mundo los considerara iguales. Ella apreciaba esto aún más porque había aprendido de él casi todo lo que sabía. Él le aseguraba haber aprendido mucho más de ella, pero esto ella no se lo creía. También apreciaba el hecho indiscutible de poder aprovechar el calor de los rayos de sol que caían sobre él. Sus libros gozaban de gran popularidad y eran objeto de intensos debates. Dondequiera que fueran, siempre estaba en el centro de la atención junto a él.
¿Qué ocurrió tras la fachada de su amorosa presencia para que decidiera abandonarlos tan de repente, huir en plena noche? No había señal alguna de que algo cambiara en él, o de que se sintiera infeliz, preocupado; en la cena, solo unas horas antes del amanecer en que se fue de casa a escondidas, todavía estaba relajado y hablador. ¿Estaba fingiendo para no despertar sospechas? ¿Tuvo un derrame cerebral que lo confundió hasta tal punto que no sabía lo que estaba haciendo?
Sea como sea, durante cinco años nadie supo dónde se había metido y qué había de él. Después del choque inicial, la madre de Marko comenzó a consolarse con la idea de que tal vez estaba viajando por el mundo con alguna de sus jóvenes fans. Le encantaba hacerlo antes de que ellos se conocieran. Ahora, ella quiso creer que un buen día él se cansaría de vagar por lugares sucios y volvería a casa. Y todo se olvidaría. Se resignó a la vida modesta que trajo la partida de su esposo, y comenzó a acudir en secreto a la iglesia. En su dormitorio, Marko la sorprendió de rodillas varias veces, con las manos unidas en oración.
Marko echaba tanto de menos a su padre que estructuró toda su vida en torno a la de él. Leyó todos sus libros dos, tres veces, siguió con todas las entrevistas, con todo lo que otros habían escrito sobre él, puso en orden todo el desbarajuste de recortes de periódicos, disponiédolos en doce gruesas carpetas, se matriculó en literatura comparada, y finalmente decidió escribir su tesina de graduación sobre los diarios de viaje de su padre.
“Los relatos de viaje de Igor Hladnik: ¿realidad o ficción?” También a él empezó a interesarle lo mismo que a muchos críticos: ¿hasta qué punto su padre vivió realmente sus aventuras y hasta qué punto simplemente las inventó? Y si fueron inventadas, ¿ganaron así en valor literario, como afirmaban algunos, o perdieron lo poco que tenían, como afirmaban otros?
A su padre, escribir relatos de viaje le parecía más exigente que escribir pura ficción. Cuando estaba escribiendo una novela, estaba persiguiendo la verdad que ya existía en su interior, de modo que solo tenía que desentrañarla; era su imaginación la que le mostraba el camino y en algún momento solo se dejaba llevar por la novela. Y si al final resultaba que lo había llevado en la dirección equivocada, solo se sentiría culpable frente al juez que llevaba dentro de sí mismo.
Escribir un relato de viaje, sin embargo, tenía que ver con hechos reales y personas de carne y hueso. Mientras leía sus notas, diarios y cartas del viaje sentía siempre la tentación de dramatizar algunas escenas, de presentarse en una mejor (o peor) luz de la que había en realidad. Igor nunca supo con certeza hasta qué punto sucumbió a esta tentación en su búsqueda de una estructura y un estilo adecuados.
Trató de ser cauteloso al escribir sobre personas reales, pero tampoco quería exagerar. Mentiras, corrupción, fingimiento, violencia, robo, pobreza, explotación —todo esto le provocaba tanta rabia que apenas podía controlarse. No obstante, sabía que tenía que contenerse, ya que su intención no era cambiar el mundo; sus viajes fueron un asunto privado y filosófico.
Y era precisamente ese lado filosófico lo que quiso destacar Marko en su tesina. Su padre vivió, vagó por el mundo y escribió para encontrar respuestas a muchos porqués. “Ya en el útero me acurruqué en un signo de interrogación”, había escrito en alguna parte. Y más de una vez le había dicho a Marko: “Si no te preguntas todos los días cómo es posible que existamos, que se conserve el mundo, que haya vida, bien podrías estar satisfecho con la vida de un gato, un perro o un buey.”
Cinco años después de la desaparición de su padre, hacia finales de julio de 1981, un empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores tocó el timbre. Preguntó si podía entrar. La Sra. Vera Hladnik lo invitó a la sala de estar. El empleado quiso que Marko también estuviera presente. Este vino (de la que fue) la habitación de trabajo de su padre y se sentó, alterado.
Después de unas cortesías introductorias, el recién llegado se volvió hacia su madre y le preguntó cuándo había denunciado que Igor Hladnik estaba desaparecido. Ella no recordaba la fecha. Dijo que él se fue a mediados de julio, que ella esperó a que regresara o al menos la llamara, tal vez que escribiera, lo cual haría un padre normal de un hijo recién graduado. Como no tuvo noticias de él durante meses, pensó entonces que podría haberle pasado algo, así que, probablemente en noviembre, llamó a la policía.
El empleado preguntó si había recibido alguna noticia de o sobre el Sr. Hladnik durante todo este tiempo. Ninguna, negó ella con la cabeza, conteniendo apenas un llanto que se le había hecho extraño a lo largo de los años, pero que ahora se abría camino a la superficie. No la llamó, ni a ella ni a Marko. Tampoco se puso en contacto con sus amigos o colegas, ni publicó ningún artículo, ningún libro, al menos no en Eslovenia. Retiró algunos ahorros de su cuenta bancaria y cerró la cuenta, tomó su pasaporte y se fue sin equipaje. Se fue como si tuviera la intención de pasar unos días fuera para que se le pasara el rencor y luego regresar. La policía constató que había volado a Frankfurt. Allí, su rastro se perdió.
Aunque siempre fue terco, un silencio tan fuerte es algo que no puede durar más que unos pocos meses. La única explicación era que, no se sabía dónde, quizás en la India o en África, se enamoró, se casó, se estableció, y comenzó una nueva vida.
—O que esté muerto —agregó en voz baja—. Aunque ninguno de nosotros lo crea —miró a Marko, que había estado en silencio todo el tiempo.
El empleado cogió el maletín negro que había traído consigo y sacó un gran sobre marrón, que colocó sobre la mesa. Miró a Marko, miró a su madre. —Lo hemos recibido hace unos días —dijo.
La madre hizo el movimiento con la mano, pero en seguida se detuvo. Fijó sus ojos en Marko. Quería que fuera él el primero en leer el informe de la muerte de su padre.
Marko sacó del sobre un haz de papeles A4, unas doscientas páginas escritas a máquina. Un libro inacabado, decía en la primera página. Abajo, alguien había escrito a mano: personas desaparecidas.
¡Un libro inacabado de una persona desaparecida!
Marco sintió una mezcla de frío y calor; reconoció la letra torpe de su padre en la anotación, al menos le pareció que era la suya, aunque en aquel momento tampoco estaba seguro del todo.
La idea de tener el nuevo libro de su padre en sus manos lo mareaba; el padre volvía a su vida. Tocar esos tersos papeles le daba la sensación de estar tocándolo a él. Arrojó el texto sobre la mesa y se apresuró al baño. Pensó que iba a vomitar, pero cuando se puso agua fría en la cara se sintió
aliviado. Regresó a la sala de estar.
Su madre tenía el libro de su padre en su regazo y hojeaba las páginas.
—¡Se fue a África! —dijo, casi con alivio—. No solo, por supuesto. Nunca fue solo a ninguna parte. “Percibimos las sensaciones, nos dijeron, por eso seguimos viajando. A los rayos del sol poniente, su rostro brillaba como si con su dulce belleza quisiera restaurar mi fe en la vida”. ¡Oh Dios mío! ¡Nunca escribió así! ¡Yo le daba la fuerza para el arte! ¡Y alguna puta se la chupó como un vampiro!
Arrojó el manuscrito sobre la mesa, se tapó los ojos con las palmas de las manos y empezó a temblar.
El empleado del ministerio se sintió incomodo. Se aclaró la garganta y explicó que este paquete de papeles había sido traído a la embajada en Ghana por una mujer que se negó a dar su nombre. Cuando se le preguntó cómo llegó a sus manos, dijo que lo encontró en una mesita de noche en un hotel en Nigeria. La embajada envió el manuscrito a nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, donde una de las secretarias comenzó a leerlo y exclamó después de unas cuantas páginas: —¡Este es Igor Hladnik! El ministro decidió remitir el manuscrito a la esposa del autor.
El empleado se levantó con respeto y se despidió.
—¿No hay noticias de mi esposo? —La madre lo tomó del brazo, convulsiva, en la puerta de salida.
Él asintió y sonrió, alentándola. —Puede que la respuesta se encuentre en este libro inacabado.
Pero la madre no reunió el valor suficiente para leer la historia de cómo su esposo fugitivo vagaba por África (y tal vez por otros continentes) con una mujer desconocida, probablemente dos veces más joven que ella. ¿Cómo podía haber dejado el manuscrito en la mesita de noche de un hotel en Nigeria? No era propio de él. Todo olía a conspiración, una oscura conspiración de fuerzas invisibles que ya estaban en acción en el momento en que se esfumó sin más.
—No —dijo—, no pienso leer esto. Hazlo tú, si quieres.
No solo quería hacerlo, Marko se echó encima del libro inacabado. El estilo era diferente al de los anteriores relatos de viaje de su padre. Seguía siendo neutral y cinematográfico, encadenaba combinaciones de palabras que no saltaban a la vista, sino que creaban discretamente las imágenes, el movimiento, el lujo visual; lo suficientemente exacto, pero al mismo tiempo lo suficientemente vago, para que el lector pudiera crear sus propias imágenes, mirar su propia película. Al mismo tiempo, la narración era más lenta, casi elegíaca, llena de detalles aparentemente superfluos, pero con un poder acumulativo que creaba una atmósfera de tensión y realidad casi palpable; como si el lector viajara con el autor; como si todo lo descrito le estuviera sucediendo a aquel, junto al autor. Todas estas eran características conocidas del estilo de Hladnik, pero en este libro las había perfeccionado con facilidad y alegremente.
Aunque este era el tercer libro de su padre sobre África, a Marko le parecía que nunca había sentido el continente negro de una manera tan fresca y directa en ninguno de ellos. ¿Fue este el mérito de la misteriosa compañera? No la presentaba por su nombre en ninguna página, de principio a fin aludía a ella como a una compañera. Pero no era sólo eso, sino también “mi alma, querida, omnisciente, mentirosa, ofendida, terca, vampiro, voluptuosa, hada, hermana, madre, hija, amorcito, bichito”. Ni una palabra sobre el encuentro, nada sobre la primera etapa del amor; comenzaron su viaje como amantes en Camerún, continuaron hasta Nigeria, Níger, Alto Volta, Ghana, siguiendo casi exactamente los pasos que su padre hizo antes y describió en el libro anterior.
Como impulsado por la nostalgia del tiempo perdido. Deseando volver a una época en la que entendía menos, era más ingenuo, viajaba solo. Como si se hubiera ido de viaje solo para darle todo lo vivido a su joven y menos experimentada compañera.
Mientras leía, Marko tuvo la sensación de que su padre quería en este viaje volver a ser joven, asombrarse auténticamente por todo otra vez, estar de nuevo al inicio del viaje y descubriendo todo lo que había descrito muchas veces en sus libros. Y cuando la narración se detuvo inesperadamente en medio de una frase (“De repente estábamos muertos de cansancio, queríamos dormir y dormir…”), Marko tuvo perfectamente claro que algo había sucedido, algo que interrumpió violentamente el viaje. Algo que desbarató definitivamente la descripción del viaje del tal vez mejor libro de su padre, lleno de destellos de sabiduría y con la tristeza vencida de un hombre maduro al que le gustaría volver a ser joven. Ese hombre, si realmente lo fuera que podría llevar el viaje y el libro hasta su final.
Al final de la lectura, Marko se dio cuenta de que una tesina sobre los relatos de viaje de su padre que no incluyese este libro sin terminar sería solo un bosquejo, una farsa, una negación de todo lo que su padre había logrado en la vida. Se había propuesto hace años el objetivo de no vengarse de él por dejarlo sin decirle por qué lo hacía (aunque fuese posteriormente), de ser lo más imparcial posible para investigar las causas reales de la acción de su padre. Se dio cuenta de que tenía que posponer su tesina.
Que primero tenía que ir a África. Que tenía que seguir las huellas de su padre (como su padre siguió las huellas de su camino anterior) hasta aquel lugar donde algo sucedió.
Donde algo sucedió que interrumpió no solo el camino de su padre, sino también el libro sobre ese camino. Y tal vez incluso su vida.