Cuento del árbol, de Barbara K. Vuga
1
Lejos de aquí hay un pueblito.
2
En sus afueras crece un añejo árbol.
3
En verano el árbol es frondoso y verde.
En otoño pierde las hojas y queda desabrigado.
4
Un sábado de otoño Milo andaba entreteniéndose bajo el árbol.
Pasó Vita.
“¿Qué haces, Milo?”
“Quería ayudarle.”
“Al árbol?”
“Se viene el invierno. Quedará desnudo y solo.”
“Y si le ponemos una bufanda?”
“Seguiría igual de solo.”
5
Zala iba regresando de la tienda.
“¡Vecinos! ¿Qué hacen?” les preguntó en tono juguetón.
“Viendo para que nuestro árbol no esté solo en invierno.”
“Interesante,” asintió ella con seriedad.
“Pero no sabemos cómo,” se quejaron.
“En la tarde voy a hacer una tarta. Visítenme y juntos pensaremos qué podemos hacer.”
6
Pensaba cómo los árboles sienten el invierno. ¿Se sentirán solos? ¿Tendrán razón los niños?
“¡Vita!, ¡Milo!,” los llamó por la ventana.
7
En la mesa destacaba una tarta de manzana recién hecha. El aroma a canela se fundía con el olor de la leche de caramelo servida en unas tazas bonitas.
Zala les contó qué estaba tramando. Los miró, movió las cejas para arriba y para abajo y soltó varias carcajadas.
Los niños estaban encantados.
8
Al día siguiente se fueron a la ciudad. En la tiendita de herramientas escogieron la madera, los martillos, clavos, colores, pinceles, el pegamento y listones. El señor Rupert los observaba sorprendido.
“Qué harán con todo esto?” quería saber.
“Una sorpresa,” sonrió la señora Zala.
Rupert estaba intrigado. Todavía no eran las doce cuando ya estaba cerrando el negocio.
9
Cortaban, limaban, pegaban y martillaban.
10
Los vecinos notaron que algo pasaba en el taller de Zala. En un pueblo de treinta y dos casas esto no es nada complicado.
11
La señora Rosa estaba un poco malhumorada. Jamás había mirado los saltos de esquí sin Rupert.
“¿Qué tanto estarán haciendo en esa bodega?” se estaba preguntando.
En la noche le ganó la curiosidad.
12
“¿Andas sonámbula?” se despertó Rupert.
“No, me fui al taller”, admitió ella.
“De haber sabido que te interesaba, te hubiera invitado”, masculló él.
“Mañana les llevaré unas galletas, pero no pienso picar madera.”
13
Dibujaban, enlazaban, tejían y medían.
14
Finalmente hicieron las invitaciones.
“Invitados a la exposición en el taller de Zala.”
15
“Cuántas hay”, no dejaron de asombrarse los visitantes.
“Una para cada rama del viejo árbol”, dijo Milo.
16
Decidieron que entre todos colgarían las casitas en el árbol.
Los bomberos trajeron una escalera alta y ayudaron a los vecinos alcanzar las ramas.
La gente se alentaba, se daba palmaditas en los hombros y aplaudió en conjunto cuando Vita colocó la última casita en el corazón del árbol.
“Hace mucho que no la pasamos tan bien,” dijo la señora Zala.
“Es cierto. Además es diferente,” asintieron agradecidos varios vecinos.
“Qué gran idea, las casitas de pájaros,” estaba entusiasmado el alcalde. “Ahora sólo falta que las vean los pájaros.”
17
Era de noche cuando la gente regresó a sus casas.
Milo y Vita miraban contentos hacia el árbol.
“Ahora ya no estará solo, Milo. Se volverá el hotel para pájaros,” se rió Vita.
“Y ya tiene su primer huésped,” exclamó Milo.
Era un herrerillo común.
Traducción de BARBARA K. VUGA