Cuando allí arriba los abedules enverdecen (Ko se tam gori olistajo breze, 2007), de Breda Smolnikar
La novela Cuando allí arriba los abedules enverdecen (2007) arranca antes de la Primera Guerra Mundial y con las migraciones masivas a los EE. UU. Entre los emigrados se encuentran también la muy ágil Rozina (Pasa sería su nombre traducido al español) y su compatriota Brinovc (Enebro sería su apellido en español), que se casan y enriquecen haciendo aguardiente en los tiempos de la Ley seca. La narración empieza a la mitad de los acontecimientos, con los negocios de Rozina después de la Segunda Guerra Mundial, la cual impidió a la pareja volver a los EE. UU., donde habían dejado a su primera hija, con una mirada atrás a través de la cual conocemos sobre todo a esta protagonista excepcional (también dentro del marco de la literatura eslovena): una comerciante, una mujer de negocios y una mujer apasionada que vivía su papel de ama de casa como algo muy limitador pero lo hacía bien porque todo lo que se proponía lo hacía con creces. A pesar de enfrentarse a unas situaciones precarias y difíciles, en las que Rozina no le tiene miedo a nadie y ayuda a otros que sufren todavía más que ella, esta mujer de espíritu vivo, que siempre es capaz de vencer su destino, después de la muerte de su marido, vuelve a los EE. UU., donde sigue trabajando para que los suyos no sufran la pobreza. Una potente novela escrita en una sola frase de la que emanan alegría de vivir y erotismo, con un final abierto, sobre una mujer emprendedora, una verdadera “hija de sus obras” que supo convertir todos los obstáculos en ventajas.
a los capitanes les gustaba trabajar con ella, les divertía su dureza y su firmeza en aquel lejano y extraño Sušak, con curiosidad se acercaban en su bote a la costa donde se encontraba fanfarroneando, luciendo la joyería de oro con sus tacones altos, con su mejor vestido, firmemente decidida a que no iba a dejarse engañar, lo intentaban, claro que lo intentaban, pero ella no les dejaba, pues nada, decía, lo venderé a otros, mañana vienen los de Finlandia, tan barato no os vendo ni las alubias ni las setas, y estas pasas de mierda las lleváis donde queráis, decía, aunque en realidad se le apretaba la garganta y temía que los tipos volviesen al barco que extraño, pesado y lejano flotaba allá muy hundido en el mar, con su depósito lleno de pasas y de higos y de limones y de naranjas que Ro¬zina ansiaba tanto; las muestras en bolsitas que los capitanes y marineros llevaron a la tierra firme para que ella pudiera con la nariz, la lengua y las manos apreciar la mercancía, las tiró descuidadamente ante el vacilante capitán y mientras tanto entre los dientes molía la mercancía extraña y dulce de Grecia, secada por el cálido sol del sur, y en un gesto de desprecio encorvaba los labios hacia abajo, diciendo no los compro a este precio, se le salía el corazón del pecho porque no sabía cómo iban a reaccionar los hombres a este gesto suyo, si mañana no me lo compran los finlandeses, me llevo las alubias, dijo, las venderé a precio de oro en Hungría, y con vosotros ya no hablo, dijo, mirando su lujoso reloj de oro que se había comprado hacía años con el dinero de la ley seca en los Estados Unidos,cuando con su marido a escondidas fabricaban aguardiente y lo vendían, el chófer Pretnar estaba a su lado, callado, tenía miedo porque los marineros grandes y rechonchos tenían fama de ser peleadores y si estaban bebidos eran peligrosos, sin embargo Rozina no los temía, ya se había dado media vuelta como si fuera a irse, pero se inclinó hacia el bolso que tenía a sus pies y que lo había dejado allí al probar la mercancía griega de las bolsitas, el gran medallón en el collar largo y grueso oscilaba al inclinarse hacia el bolso, lentamente introdujo la mano, los diamantes en el reloj de oro brillaron con ostentación, los pendientes atildados del traje tradicional, los más grandes que tenía y eso que tenía varios pares, centellearon al corregirse su exuberante pelo rizado y negro; se inclinó, entonces, hacia el bolso y sacó su último triunfo, la botella de un litro de licor casero, aquí tienes, dijo, para no perder en vano tu tiempo conmigo, y le ofreció la botella de aguardiente, sin pensar él cogió la botella, le sacó con los dientes el tapón de corcho, lo cogió con la mano y en seguida empezó a tragar el aguardiente de Rozina, para el cual podría afirmarse que en toda Carniola no había igual, efectivamente, el aguardiente era el último triunfo de Rozina, cuando había podido embrujar con él todos los Estados Unidos, también lo haría con este peludo hombre calzonazos, toda erguida le dio la espalda, espera, mujer, me lo llevo, dijo el capitán, bajo mis condiciones, dijo Rozina con la voz levantada antes de darse la vuelta, con una voz que no toleraba objeciones,va pái sto diálo, dijo cuando de nuevo pudo verle la cara y con la botella en la mano recogió con la otra mano las bolsitas que ella le había tirado a sus pies, gamó to kerató mu, los marineros se inclinaron hacia delante para echarse sobre ella, pero él sólo rió, escupió al mar, tirándola de nuevo las bolsitas que ella cogió con agilidad, gamó to Hristó, hizo un gesto a los marineros para que se retirasen, palii pústes, volvió a reír, negó con la cabeza y se dirigió con sus hombres hacia el bote gruñendo su gamó to kerató mu, pues tú si que te atreves, murmuraba Pretnar, tieso de miedo, no obstante ella sólo sonrió secamente y dijo, cállate, no te metas en mi negocio; una sola vez estuvo en peligro, pues uno de los marineros, el más grande y el más fuerte, un hombre gigante, quiso tocarla mientras negociaba con el capitán, hizo un guiño a los suyos, se puso detrás de su espalda cuando se descuidó por un momento, la cogió por detrás toda pequeña y menuda, la agarró, le abrió violentamente la blusa de manera que los botones volaron por el aire y cogió sus senos, le acarició los pechos y con su cara peluda se acercó a su cuello, los marineros se pusieron alrededor de ellos, se inclinaron, pues, paliomalákas, dale, dale, le incitaban, cuando de repente ella se sacudió en el estupor y en el horror, dejó caer su bolso al suelo de manera que las manzanas que llevaba para la merienda rodaron por la costa, pegó un grito conmovedor y le mordió en la mano, el marinero saltó como si le hubiera mordido una víbora, tirándola al suelo, skatá, los marineros se alejaron, se callaron, se quedaron quietos, convertidos, todos, en ojos salidos, en sus bocazas se divisaban unos dientes amarillos, rotos por la caries y unas lenguas hinchadas, ásperas de color gris verdáceo, desde la abierta blusa dominical de Rozina que yacía en el suelo asomaba el pecho y de por debajo de la falda ancha los muslos, los marineros hambrientos se pusieron de piedra, dale, dale, pero ella ya cogió con una mano el zapato, con la otra se ordenó la blusa, pegó un grito, María de Brezje, ayúdame, se levantó de un salto, casi voló hacia el marinero y comenzó a pegarle con el tacón del zapato con tal ímpetu y velocidad, saltando con torpeza y con un pie descalzo, que el gigante, sorprendido ante su salvajismo, empezó a dar marcha atrás y cuando ya se encontraba cerca del agua, enardecida por la lucha se tiró hacia él, se paró por un rato como si pensara qué hacer con él, y luego chocó contra él con todo su cuerpo, gritando, ya ajustaremos las cuentas, ten, ten, aquí tienes, y lo tiró como un saco vacío al agua que por su peso el agua del mar lo expulsó muy alto, de ahí que tan tierna y menuda se dio la vuelta en un segundo con la mano levantada con el zapato hacia los otros que boquiabiertos y asombrados se encontraban inmóviles y les gritó, alguien más quiere bañarse, por un segundo se percibió la hostilidad y estaban preparados para echarse sobre ella, pero su coraje los mantuvo a distancia, su mano pequeña decía que no habría rendición, que era capaz de tirarlos a todos al mar aunque ella misma no supo nadar, y al momento siguiente ya se echaron a reír y se reían a carcajadas, de manera que se doblaban golpeándose las rodillas,riéndose de su compañero que mojado salió del agua costa abajo, aquí, donde ella le tiró al agua, era imposible, ya que el agua era muy profunda, pues se encontraban en el puerto, hablemos a solas, le dijo al capitán cuando volvió a ponerse el zapato y dejaron de reírse, y le ayudaron a recoger las manzanas caídas, y también los botones, les mandó con una voz tan seria que en seguida empezaron a buscarlos y cuando se pusieron de acuerdo y se estrecharon las manos, el capitán durante un rato mantuvo su mano pequeña en la suya, se puso serio, pues antes la boca se le encorvaba constantemente y la miraba como si la viera por primera vez, pues jamás se había divertido tanto, jamás había visto una mujer así, y dijo si algún día tienes ganas, solo tienes que decírmelo, el precio no importa, le sacó en seguida la mano, cogiendo el zapato, tú también quieres, alzó la voz, con mucho gusto, dijo, pero de otra manera, si Brinovc lo supiera, nunca la hubiera dejado andar entre tales salvajes